"He pasado los mejores años de mi vida estudiando ardorosamente la ciencia médica y la química. Esta última sobre todo siempre ha ejercido una atracción irresistible sobre mí por el poder enorme e ilimitado que confiere su conocimiento. Los químicos, y lo digo con énfasis, podrían mandar si quisieran sobre los destinos de la humanidad. Déjenme explicar esto antes de seguir adelante. Se dice que la mente gobierna al mundo. Pero ¿qué gobierna la mente? El cuerpo. Y el cuerpo (síganme con atención) está a merced del más omnipotente de todos los potentados, que es el Químico. Dadme química a mí, a Fosco, y cuando Shakespeare acaba de concebir Hamlet y se sienta para ejecutar su concepción yo, echando en su comida diaria unos granitos de polvos, reduciré su inteligencia influyendo sobre su cuerpo, hasta que su pluma escribiese la más abyecta tontería que jamás haya degradado papel alguno. En circunstancias similares hagamos revivir al ilustre Newton. Les garantizo que cuando vea caer la manzana, la comerá en lugar de descubrir el principio de gravitación. La cena de Nerón le transformará en el hombre más manso antes de que pueda digerirla; y el desayuno de Alejandro Magno le hará poner pies en polvorosa al ver al enemigo esta misma tarde. Doy mi sagrada palabra de honor de que la sociedad es dichosa porque los químicos modernos, por una buena suerte incomprensible, son los seres más inofensivos del género humano. En su mayoría son venerables padres de familia alelados con la admiración por el sonido de sus voces pedagógicas; visionarios que desperdician su vida en fantásticas imposibilidades o charlatanes cuya ambición no vuela más alto que donde ponemos los pies. Así, la sociedad permanece a salvo, y el ilimitado poder de la Química sigue siendo esclavo de los fines más superficiales y más insignificantes."
Wilkie Collins.
La dama de blanco, 1861
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